Diario de un médico insomne | LA ESTEPA

16 de juliol de 2019 ·Dr. Campo Echevarria, Juan Francisco


La estepa es una novela corta o un cuento largo (con esto de los géneros nunca lo tiene uno claro) del ruso Antón P. Chèjov que lleva por subtítulo “Historia de un viaje”. En efecto, de eso se trata, de un viaje que cruza la estepa siberiana un julio de un año no bien definido. De los viajeros, dos van haciendo cábalas con las ganancias futuras, pues se dirigen a la ciudad a vender la lana mal pagada a cuatro pastores de las montañas ucranianas, son Iván Ivánich Kuzmichov, comerciante, y Jristofor Siriski, párroco de la iglesia de San Nicolás, a lo que parece insuficientemente pagado en su evangélica labor y metido a traficante de lana, con menos escrúpulos aún que los nacidos en el oficio; el tercero, apenas un muchacho, ojeroso y asustadizo, sobrino de Kuzmichoz, se llama Yegoruskha y se encamina al internado para estudiar bachillerato. Al lado del chaval, en el pescante de la calesa, un cuarto, que poco cuenta para esta historia, responde al nombre de Deniska y arrea sin miramientos a las cabalgaduras.

        Durante el trayecto los viajeros topan con personajes que más merecieran novela que cuento. Les pondré dos ejemplos. Salomón, hermano de un posadero servil y meloso, imparte al joven Yegoruskha (y de paso al lector) una lección de política económica inolvidable:

        “- De qué me ocupo? – repitió Salomón, encogiéndose de hombros. Hago como todo el mundo… ya lo ve usted: soy un criado. Soy el criado de mi hermano, mi hermano es el criado de los viajeros, los viajeros son los criados de Varlàmov, y si yo tuviera diez millones Varlàmov sería criado mío.”

        Ante las protestas e insultos de sus interlocutores, Solomon, concluye su razonamiento con contundencia:

        “Varlàmov, aunque ruso, en el fondo de su alma es un judío sarnoso; toda su vida se reduce al dinero y el beneficio, mientras que yo he quemado mi dinero en la estufa. No necesito dinero, ni tierras ni ovejas; no necesito que la gente me tema y se quite el sombrero cuando paso. ¡Eso significa que soy más inteligente que su Varlàmov y que me parezco más a un ser humano!”

        El otro personaje con el que les amenacé responde al nombre de Pantelèi, por precisar, Pantelèi Sàjarov Jolodov, de profesión arriero, edad provecta, piernas hinchadas y lucidez impropia. Pantelèi instruye al joven del siguiente modo: “A unos hombres Dios les da un talento, a otros dos y a algunos incluso tres…. A algunos tres, está demostrado… El primer talento te viene de tu madre, el otro te lo da la instrucción y el tercero una vida virtuosa. Así es, muchacho: para un hombre es una suerte tener tres talentos. No por la vida, sino por la muerte. A ése le será más fácil morir. Y todos tenemos que morir.”

 

        Queridos míos, apaguen los televisores, desconecten redes sociales y correos electrónicos, (burdos entretenimientos sin utilidad ni fundamento), lancen sus móviles por las ventanas, abandonen mascota, pareja e hijos y abaláncense a la librería más próxima, compren el volumen de editorial Alba, traducido por Víctor Gallego Ballestero y dispónganse a leerlo sin prisa.

Me lo agradecerán.

        Por cierto, lanzar los móviles por la ventana es hipérbole literaria por exceso (aúxesis, para los más leídos); abandonar mascota es también hipérbole por exceso; abandonar pareja e hijos debiera ser hipérbole por exceso… o por defecto (tapínosis, para los antedichos). De esto último no estoy seguro. Quizás, no sea ni hipérbole…